Historia de los Apócrifos

Historia de los Apócrifos

Apócrifos (ἀπόκρυφος, apokryphos). Una colección discutida de libros escrita fundamentalmente durante el período entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (siglo III a.C. hasta el siglo I d.C.).

Introducción

El término “apócrifo” significa “oculto” y se usa comúnmente para describir a un grupo de aproximadamente 18 obras antiguas, la mayoría de las cuales aparecen en idioma griego en los códices bíblicos de los primeros siglos d.C. A lo largo de la Historia, la Iglesia ha discutido la inspiración, el valor y la utilidad de estos libros; estos textos siguen siendo ampliamente desconocidos para la mayoría de los cristianos. El título de estos libros es un poco inadecuado, y la recopilación en sí es artificial: los libros no se concibieron bajo ningún concepto para ser tratados como un grupo. En ocasiones se denomina a dichos libros como los textos apócrifos del “Antiguo Testamento” para diferenciarlos de un grupo más reciente—y muy distinto—de libros que a menudo se catalogan como los “textos apócrifos del Nuevo Testamento”. El agrupamiento de los textos apócrifos del Antiguo Testamento se superpone, pero no es sinónimo del término “deuterocanónico”.

La aceptación de los textos apócrifos tiene una historia larga y complicada; en especial, en lo relacionado a su inclusión dentro del canon de la Escritura inspirada. En general, el judaísmo y las iglesias protestantes no consideran Escritura inspirada a los textos apócrifos, pero la Iglesia Católica Romana y las iglesias ortodoxas aceptan algunos de ellos.

Debido a que los libros apócrifos se escribieron mayormente entre los testamentos, son una fuente de información histórica sobre los antecedentes del Nuevo Testamento y suelen ser descritos como el “puente” entre los dos Testamentos. La Iglesia en su conjunto muchas veces ha elogiado su valor edificante.

La colección de libros conocida como los textos apócrifos

Los textos apócrifos constan de una amplia variedad de textos literarios judíos que abarcan muchos intereses, temas, estilos e historia humana. Incluye relatos, liturgias, dichos sabios y podría decirse, historias idealizadas. Unos dieciocho textos han sido incluidos en esta colección:

•  Tobit (a veces llamado Tobías)

•  Judit

•  Agregados al libro de Ester

•  Sabiduría de Salomón

•  Sirácides (o Eclesiástico, Libro de la sabiduría de ben Sira),

•  Baruc, la Carta de Jeremías

•  Agregados al libro de Daniel

•  Oración de Azarías y El cántico de los tres judíos

•  Susana

•  Bel y el dragón

•  1 Macabeos

•  2 Macabeos

•  1 Esdras (a veces llamado 3 Esdras o 2 Esdras)

•  Oración de Manasés

•  Sal 151

•  3 Macabeos

•  2 Esdras (a veces llamado 3 Esdras o 4–6 Esdras)

•  4 Macabeos

Debido a la naturaleza artificial de los libros apócrifos, no todos estos textos se incluyen siempre en cada lista de los Apócrifos.

El contexto histórico de los Apócrifos. Los libros Apócrifos son variados y tienen pocas similitudes; como consecuencia, el contexto histórico también varía. Si bien algunos de los libros pueden afirmar que tienen orígenes más antiguos, como Tobit, que originalmente se pudo haber escrito en el siglo III o IV a.C., el primer libro que puede identificarse con cierta exactitud es Sirácides. Lo escribió en hebreo Jesús ben Sira, un escriba judío, alrededor del año 180 a.C. y posteriormente, su nieto lo tradujo al griego en circa 132 a.C. (Eclo de Sirácides, 50:27). Por otra parte, 2 Esdras, un grupo de tres textos relacionados, probablemente sea del año 100 d.C. o posterior.

Muchas de estas obras posiblemente se escribieron fuera de Palestina, en Egipto o en Persia (DeSilva, Introducing, 16). Muchas también parecen estar en desacuerdo con el mundo que pretenden incluir o a cierta distancia de este. A excepción de 2 Esdras, en la actualidad todos nos llegan a través del idioma griego (sin contar el reciente hallazgo arqueológico de los fragmentos arameos de Tobit, que se encontraron en los Rollos del mar Muerto). Lamentablemente, existe poca información concreta sobre el origen o el contexto histórico de los libros Apócrifos (Stone, Jewish Writings, xx).

La historia de la recepción de los Apócrifos

La recepción de los Apócrifos no siempre estuvo muy en claro, especialmente durante los primeros años de la Iglesia. La cronología de la recepción de los textos apócrifos se menciona a continuación:

El punto de vista histórico sobre los Apócrifos

 

 

 

Positivo

 

Negativo

 

400 a.C.: Fin de la “edad de oro de la profecía” (era del Antiguo Testamento)

 

 

 

 

 

250 a.C.: El comienzo de las traducciones de la Septuaginta (la Torá)

 

132 a.C.: Sira menciona un canon del Antiguo Testamento

 

 

 

100 a.C.: La Regla de la comunidad/Los Fragmentos Sadoquitas posiblemente le atribuyen la inspiración solamente al canon del Antiguo Testamento

 

 

 

40 d.C.: Filón omite los libros apócrifos de sus escritos

 

 

 

90 d.C.: 2 Esdras da argumentos a favor de un canon cerrado para el Antiguo Testamento

 

90 d.C.: Clemente hace referencia a la Sabiduría de Salomón, Judit y de los Agregados a Ester

 

95 d.C.: Josefo argumenta a favor del canon cerrado del Antiguo Testamento en su obra Contra Apión

 

 

 

99 d.C.: Fin de la era del Nuevo Testamento sin ninguna referencia directa a los Apócrifos en el Nuevo Testamento

 

 

 

 

 

150 d.C.: Policarpo menciona a Tobit

 

160 d.C.: Melitón de Sardis excluye a todos los Apócrifos

 

 

 

 

 

200 d.C.: Ireneo hace referencia a la Sabiduría de Salomón

 

230 d.C.: Julio Africano sostiene que el texto apócrifo de Susana es falso

 

230 d.C.: Orígenes trae a discusión el uso de los Apócrifos

 

230 d.C.: Orígenes argumenta fuertemente contra la mayoría de los Apócrifos como canónicos

 

 

 

300 d.C.: Consenso rabínico contra la canonización de todos los Apócrifos (t. Yadayim 2:13B)

 

 

 

350 d.C.: Cirilo de Jerusalén rechaza casi todos los Apócrifos

 

circa 350 d.C.: Los códices de la Biblia cristiana incluyen muchos de los libros Apócrifos

 

360 d.C.: El Sínodo de Laodicea excluye a todos los Apócrifos

 

 

 

367 d.C.: Atanasio escribe que los Apócrifos son edificantes, no canónicos

 

 

 

380 d.C.: Gregorio Nacianceno rechaza a los Apócrifos del canon

 

 

 

 

 

390 d.C.: Agustín ratifica a los Apócrifos como canónicos

 

 

 

397 d.C.: El Concilio de Cartago confirma los Apócrifos

 

405 d.C.: Jerónimo rechaza los Apócrifos como canónicos

 

 

 

595 d.C.: Gregorio Magno escribe que los Apócrifos son edificantes, no canónicos

 

 

 

 

 

692 d.C.: El segundo Concilio Trullano ratifica los Apócrifos

 

740 d.C.: Juan Damasceno rechaza los Apócrifos

 

 

 

1150 d.C.: Números Rabá rechaza los Apócrifos

 

 

 

1300 d.C.: Primer comentario conocido sobre un libro apócrifo (Sabiduría de Salomón)

 

 

 

1382 d.C.: John Wycliffe niega la canonicidad de los Apócrifos

 

 

 

 

 

1441 d.C.: El Concilio de la Unión ratifica la canonicidad de los Apócrifos

 

1534 d.C.: Martín Lutero escribe que los Apócrifos son útiles, pero no sagrados

 

 

 

 

 

1546 d.C.: El Concilio de Trento convalida la canonicidad de los Apócrifos

 

 

 

1566 d.C.: Sixto de Siena acuña el término “deuterocanónico”

 

 

 

1611 d.C.: Se imprime una versión autorizada de los Apócrifos

 

1643 d.C.: John Lightfoot escribe sobre “los abyectos Apócrifos”

 

 

 

1648 d.C.: La Confesión de fe de Westminster excluye a los Apócrifos

 

 

 

 

 

1672 d.C.: El Concilio de Jerusalén ratifica la canonicidad de los Apócrifos

 

1825 d.C.: La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera retira los Apócrifos de las Biblias

 

 

 

 

 

1952 d.C.: Fragmentos semíticos de Tobit, Sirácides y del Sal 151, más los fragmentos griegos de la Carta de Jeremías se encontraron entre los Rollos del mar Muerto

 

Aunque esta cronología no es exhaustiva, demuestra que la mayoría de los testimonios más antiguos están a favor de considerar a los Apócrifos como edificantes, pero no canónicos (ni inútiles como para ser omitidos) e inspiradores, pero no inspirados (en el sentido canónico).

Ediciones destacadas de la Biblia con/sin los libros apócrifos

A lo largo de la historia de la Iglesia, las principales ediciones de la Biblia han incluido algunos o todos los libros apócrifos. Esto ha traído confusión en cuanto a la aceptación de dichos libros apócrifos, ya que se incluyeron sin mayor consistencia. Este gráfico ilustra varias de las principales y más antiguas ediciones de la Biblia:

Gráfico sobre la inclusión histórica de los Apócrifos

 

 

El Códice Vaticano (B) (350 d.C.)

 

El Códice Sinaítico (350 d.C.)

 

El Códice Alejandrino (A) (425 d.C.)

 

La Peshitta (7a1)

 

La(s) Vulgata(s)

 

Los Textos Masoréticos (TM)

 

El canon católico romano (1546 d.C.)

 

El canon ortodoxo griego

 

La Versión Autorizada (1611 d.C.)

 

Tobit

 

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Judit

 

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Los Agregados a Ester

 

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La Sabiduría de Salomón

 

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Sirácides

 

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Baruc

 

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La Carta de Jeremías

 

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La Oración de Azarías, El cántico de los tres judíos

 

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Susana

 

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Bel y el dragón

 

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1 Macabeos

 

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2 Macabeos

 

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1 Esdras

 

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La Oración de Manasés

 

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Sal 151

 

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3 Macabeos

 

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2 Esdras (4–6 Esdras)

 

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Y (4 Esdras)

 

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4 Macabeos

 

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(Otros libros no-canónicos)

 

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Muchas fuentes secundarias difieren en cuanto a qué libros están incluidos en qué biblias, y esto se debe a varias razones (las páginas perdidas del Códice Sinaítico)

Este gráfico revela que:

1.   Los Apócrifos nunca fueron tratados como una colección distinta; su conceptualización en todas las primeras ediciones es ampliamente divergente

2.   Las primeras ediciones de la Biblia casi siempre tuvieron un material no-canónico evidente (ej., la Peshitta (7a1) hasta incluye un ejemplar de La guerra de los judíos de Josefo.)

El hecho de que un libro tuviese conexión con los libros bíblicos del mundo antiguo no es necesariamente indicador de la condición canónica de dicho libro. Aun hoy, hay libros útiles que muchas veces se incorporan a los libros canónicos; por ejemplo, muchas Biblias incluyen notas de estudio, introducciones y ensayos doctrinales.

La relación de los Apócrifos con la Biblia

La relación de los Apócrifos con la Biblia—puntualmente, su inspiración y canonicidad—es complicada, debido a que no se sabe lo suficiente sobre el pasado, a las discrepancias dogmáticas y a la tentación de simplificar demasiado el problema. Para entender la relación de los Apócrifos con la Biblia hay que tener en cuenta varios aspectos fundamentales.

Cuestiones de terminología. “Apócrifos” es un término peyorativo que no describe con exactitud los contenidos de los libros ni la aceptación que tuvieron a lo largo de la historia. Los libros que componen los Apócrifos aparecieron impresos en la mayoría de las Biblias a lo largo de la historia de la Iglesia, pero generalmente los ignoraban, no los ocultaban. De los 18 libros apócrifos, la iglesia católico romana nombra solamente a 12 como deuterocanónicos.

El término deuterocanónico (literalmente, “segundo canon”) no significa “de importancia secundaria”, sino que se refiere a la segunda parte del canon del Antiguo Testamento en comparación con el resto del Antiguo Testamento (los libros protocanónicos). Lo que los protestantes llaman apócrifos son canónicos para los católicos romanos y los ortodoxos; lo que los protestantes denominan seudoepigráficos son apócrifos para los católicos romanos y ortodoxos. Los judíos rabínicos del período del cristianismo primitivo se referían a los Apócrifos como los “libros externos” (m. Sanedrín 10.1)

Inspiración versus canonización. Las palabras inspirado y canónico tienen matices diferentes en esferas diferentes de la Iglesia cristiana. En esencia, los protestantes plantean que un libro es canónico porque está inspirado, pero los ortodoxos argumentan que es canónico porque inspira a la Iglesia. Ambos grupos pueden ver una flaqueza legítima en el punto de vista del otro, aunque es posible que les cueste más verla en su propio punto de vista. Muchos padres de la Iglesia, como Jerónimo, creían que los Apócrifos eran edificantes e inspiradores, pero que no tenían el mismo peso que el Antiguo Testamento. Jerónimo se refería a los libros como eclesiásticos, lo que quiere decir “útil en la iglesia” (DeSilva, Introducing, 37).

Sopesar la evidencia. Algunos libros Apócrifos, históricamente hablando, se consideran “más inspirados” que otros. Por ejemplo, Sirácides parece más inspirado o canónico que 4 Macabeos. Además, los protestantes, los católicos romanos y varias comunidades ortodoxas tienen motivos y argumentos diferentes para usar o rechazar a los Apócrifos. A pesar de que el término deuterocanónico se origina en el conflicto de la Reforma, es incorrecto decir que la Iglesia Católica Romana canonizó a los Apócrifos en el Concilio de Trento (1546) como una reacción contra los protestantes; en cambio, la Iglesia Católica Romana puede señalar el Concilio de Cartago (397) y la larga tradición en partes de la Iglesia que proceden a partir de ese momento.

A la vez, muchas de las evidencias a favor de los Apócrifos como canónicos son circunstanciales; el hecho de que un padre de la Iglesia cite un libro apócrifo o que lo encuaderne dentro de una copia antigua de la Biblia tiene poca relevancia para su condición canónica. Básicamente, mucho depende de en qué lugar se pare uno en el “círculo canónico”: si la canonización se produce antes de la Iglesia, no alcanza. Si la Iglesia está antes de la canonización, entonces los segmentos de la Iglesia en general pueden considerar al texto apócrifo fielmente canónico.

El origen del nombre “Apócrifo”

El origen exacto del nombre “Apócrifo” es incierto. Ireneo de Lyon fue el primero en utilizar la palabra apócrifo en un contexto cristiano; en su obra Contra las herejías la usó para describir un texto espurio. Sin embargo, Ireneo no se refería a los libros que hoy en día se denominan Apócrifos, sino a ciertas leyendas desconocidas del período del Nuevo Testamento. Tertuliano hace lo mismo unos años más tarde, al declarar que el Pastor de Hermas (un libro de buena reputación para la iglesia primitiva) era apócrifo y falso.

Orígenes usó por primera vez el término apócrifo para describir a los textos apócrifos en la carta que le escribió a Julio Africano (año 230 d.C.), que en parte trata sobre los problemas históricos que hay en Susana. De allí en adelante, dicho término se usó con frecuencia para referirse a esta colección de 18 libros. El significado del término apócrifo es incierto; aparentemente, tiene una connotación negativa en la mayoría de los usos que se le dieron en el mundo antiguo. Jerónimo usa el término latino absconditus para la palabra griega ἀπόκρυφος (apokryphos), quizás para indicar que los libros no solo están “escondidos” (apartados del uso público) sino que también son “desconocidos” (ocultos a nuestra capacidad de entender de dónde provienen; Jerónimo, Letters, 96; comparar Agustín, The City of God, 15.23).

Los Apócrifos en la cultura popular

A lo largo de los 2.000 años de su historia, los libros que forman parte de los Apócrifos han causado un mayor impacto en la cultura popular que en la teología. Esto se debe en gran parte a los prolongados cuestionamientos sobre su inspiración e idoneidad para ser usados en el desarrollo de la doctrina; si bien hay textos o temas provenientes de los libros apócrifos que sí se muestran en las liturgias de algunas iglesias (mayormente en las tradiciones católicas romanas y ortodoxas), lo hacen típicamente en situaciones especiales más que en el uso habitual. Además, con frecuencia los textos apócrifos gozan de ser culturalmente más interesantes porque son ocultos o esotéricos.

Los géneros de varios de los libros apócrifos (como la historia idealizada) son ideales para que la cultura sea popularmente asimilada. Por ejemplo, Tobit presentó la idea de Rafael disfrazado de “ángel guardián” (Tob 5:4), poniendo a prueba, auxiliando y hasta haciendo mandados (Tob 9:2) para Tobías. Los Apócrifos también influyeron las obras literarias de Shakespeare, Henry Wadsworth Longfellow y varias de las oraciones de Handel. En muchas obras de arte renacentistas aparecen representaciones de Tobit, Judit y Susana. 2 Esdr 6:42 aportó la razón para la apuesta transatlántica de Cristóbal Colón (Metzger, Introduction, xvi).

Bibliografía

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Charles, R.H., ed. The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament in English, Volumen 1: The Apocrypha. Oxford: Clarendon, 1913.

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Coogan, Michael D., ed. The New Oxford Annotated Apocrypha: New Revised Standard Version. Agosto. 3ra ed. Oxford: Oxford University Press, 2007.

DeSilva, David A. Introducing the Apocrypha: Message, Context and Significance. Grand Rapids, Mich.: Baker, 2002.

Harrington, Daniel J. Invitation to the Apocrypha. Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1999.

Ladd, George E. “The Kingdom of God in the Jewish Apocryphal Literature”. Bibliotheca Sacra 109 (1952): 55–62.

Metzger, Bruce M. An Introduction to the Apocrypha. Oxford: Oxford University Press, 1957.

Stone, Michael E., ed. Jewish Writings of the Second Temple Period: Apocrypha, Pseudepigrapha, Qumran Sectarian Writings, Philo, Josephus. Compendia Rerum Iudaicarum ad Novum Testamentum 2:2. Philadelphia: Fortress Press, 1984.

Douglas Estes

Apolión (Ἀπολλύων, Apollyōn). El nombre griego para el ángel del abismo. El autor del Apocalipsis es el primero en usar este nombre, y lo usa solo una vez (Apoc 9:11) como traducción para la palabra hebrea “Abadón”.

El Antiguo Testamento había empezado a personificar a Abadón; el Apocalipsis simplemente continúa esto. Apolión es una personificación, no otro nombre de Satanás (a quien se señala claramente en Apoc 9:1). Apolión es la figura principal en una imagen de las fuerzas destructivas del mal provenientes de los espíritus perdidos del mundo. El autor bíblico modifica imágenes más antiguas—las personificaciones de Abadón del Antiguo Testamento y del Talmud—para presentar su visión con términos nuevos e impresionantes (ver Prov 27:20; Job 28:22; Talmud: Shab f. 55). Las fuerzas del mal se describen como langostas, pero con imágenes adicionales que implican poder y un carácter destructivo (Apoc 9:7–10). Apolión completa la descripción sobre ellos al dar una imagen de unidad y liderazgo.

Apolófanes (Ἀπολλοφάνης, Apollophanēs). Un sirio a quien Judas Macabeo asesinó (2 Mac 10:37).

Apóstol (ἀπόστολος, apostolos). Alguien o algo enviado. Deriva del verbo “enviar” (ἀποστέλλειν, apostellein). En el Nuevo Testamento, generalmente se refiere a alguien enviado como un representante autorizado por Jesús o por la comunidad cristiana (Mat 10:2; 2 Cor 8:23; Heb 3:1).

Evolución del término

El término “apóstol” originalmente se usaba como un adjetivo para describir un envío que generalmente se hacía por mar. También podía designar el objeto que se enviaba. Por consiguiente, en el idioma griego clásico y helenístico, se suele aplicar en un modo impersonal; por ejemplo, para referirse a una flota enviada o a la nota de entrega que va junto con un envío. Se lo utiliza una sola vez en la Septuaginta (LXX), para referirse al profeta Ahías (3 Kingdoms 14:6), y Josefo lo utiliza una vez cuando habla sobre los mensajeros enviados a Roma (Ant. 17.300).

En el NT, el término “apóstol” nunca se refiere a un despacho o a un objeto que se envía. En cambio, a veces se lo emplea para señalar a un mensajero (ej., Juan 13:16). Con mayor frecuencia, se refiere a una persona enviada como representante autorizado, ya sea de Jesús o, a comienzos de la obra misionera, de una congregación destacada. Es probable que esto se relacione con el uso rabínico de “emisario” o del “enviado” (שָלִיחַ, shaliach), que alude a alguien que tiene autorización para actuar en nombre de otro y que representa la autoridad de esa persona.

El origen de los apóstoles cristianos

El origen de la noción de apóstoles en el movimiento de Jesús está en debate.

Según Marcos y Lucas, Jesús eligió a doce discípulos y los llamó apóstoles (Mar 3:14; Luc 6:13). La evidencia del texto en cuanto a que Jesús nombrara apóstoles a los discípulos es escasa. La porción del Evangelio de Marcos que menciona el hecho (3:14, “A estos les dio el nombre de apóstoles” (DHH)) no está en los manuscritos más antiguos, lo cual implica que el Evangelio de Lucas es la única evidencia textual de que los doce discípulos recibieron la designación de apóstoles (Agnew, “The Origin of the NT Apostle-Concept: A Review of Research”, 85–90).

Karl Heinrich Rengstorf sostiene que puede rastrearse el origen de los apóstoles hasta Jesús mismo. Es posible que Jesús haya usado el concepto judío ya existente de “emisario” al elegir a los discípulos y nombrarlos apóstoles. Los emisarios representaban la plena autoridad de sus amos, ya que realizaban funciones en nombre de ellos (Rengstorf, “ἀπόστολος, apostolos”, 421–22, 425–27). Sin embargo, el concepto judío de emisario no se encuentra en ninguna fuente anterior al siglo II d.C.

Otras tentativas por entender el origen de la noción de apóstoles se enfoca menos en el concepto de emisario y más en la terminología de enviar, tanto del AT como del NT. Aunque el sustantivo “emisario” rara vez aparece en fuentes anteriores al NT, en el AT y en la LXX abundan los verbos que significan “enviar” (שָׁלַח, shalach; ἀποστέλλειν, apostellein). Lo mismo aplica para los Evangelios, que incluyen muchos ejemplos del verbo “enviar” pero solo unos pocos ejemplos del sustantivo “apóstol”. Además, las descripciones que los Evangelios hacen del término comisionar están de acuerdo con el AT (Hahn, “Der Apostolat im Urchristentum”, 69–75).

Arnold Ehrhardt, Günter Klein y Walter Schmithals argumentan que el origen de la idea de apóstoles no puede rastrearse hasta Jesús. Según ellos, la idea de apóstol se desarrolló a comienzos del movimiento de Jesús y de la misión posterior a la Pascua del movimiento. La mayoría de los pasajes que usan la palabra apóstol se encuentran en Hechos y en las cartas paulinas, escritos que se relacionan estrechamente con la experiencia misionera del movimiento de Jesús en sus inicios. Por eso, estos eruditos afirman que la idea de apóstoles se originó a comienzos de la obra misionera, a medida que surgían las figuras del nuevo liderazgo, y proveyó el antecedente para el uso abundante del término apóstol en las cartas paulinas y en Hechos. Luego, los autores del Evangelio incluyeron la idea cuando describieron cómo Jesús llamó a sus discípulos (Ehrhardt, The Apostolic Ministry, 4–5; Klein, Die zwölf Apostel, 22–52; Schmithals, The Office of Apostle in the Early Church, 98–110).

Apóstol en el Nuevo Testamento

El término “apóstol” se usa pocas veces en los Evangelios. Sin embargo, la comisión de los discípulos de Jesús tiene muchos rasgos en común con la descripción que hizo Jesús de la comisión que Dios le dio. En Hechos, “apóstol” se refiere a los Doce o a emisarios destacados de congregaciones distinguidas.

Independientemente de cómo se responda la pregunta histórica sobre el origen de los apóstoles, hay diferencias identificables en cuanto a cómo utilizan el término los escritos del NT. Apóstol nunca se aplica a Jesús en los Evangelios y se usa solo una vez en el resto del NT para describirlo a Jesús (en Heb 3:1). Sin embargo, a partir de las expresiones de Jesús se puede entender con claridad que se veía a sí mismo como enviado por Dios para realizar la comisión de su Padre (ej., Mar 9:37; Mat 15:24; Luc 10:16; Juan 5:36).

De los 79 pasajes que usan “apóstol” en el NT, 66 se encuentran en Hechos y en las Epístolas (y tres en el Apocalipsis). Aunque el término es poco común en los Evangelios, la descripción de la comisión de los discípulos (ej., Mar 6:7–13) comparte muchas características con la forma cómo Jesús retrata su propia misión. Así como Jesús, ellos principalmente son enviados a la casa de Israel (después de la resurrección de Jesús hay otra comisión que es de un alcance más amplio; ver Mat 28:18–20) y no a todo el mundo (comparar Mat 10:5–6 y 15:24). Además debían proclamar el mismo mensaje que Jesús—que el reino de Dios (o el reino de los cielos) había llegado—con palabras y con hechos (comparar Mat 4:17 y 10:7–8). Es más, la forma en que son recibidos los discípulos muestra si las personas reciben a Jesús y a Dios (Mat 10:40: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”). De este modo, el ministerio de los discípulos se encuentra ligado al de Jesús mismo. Incluye el llamamiento a continuar el ministerio de Jesús con la autoridad de Jesús.

Hechos presenta dos interpretaciones diferentes de apóstol. Desde su primera aparición en Hech 1:2, el uso más común del término es para referirse a los Doce como grupo. El otro uso se encuentra en varios lugares (entre ellos el capítulo 14) en los cuales Pablo y Bernabé son llamados apóstoles (Hech 14:4, 14). Primero se los menciona entre los profetas y maestros de la iglesia de Antioquía, donde el Espíritu los selecciona y los llama para una obra especial (Hech 13:1–2). De este modo, el término apóstol se usa para los emisarios importantes de una congregación destacada, independientemente de si pertenecen a los Doce o no.

Anteriormente, en Hechos, Pedro da una forma de definición para el apóstol que reemplazará a Judas, que está a punto de ser elegido: “Es necesario, pues, que se estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección” (Hech 1:21–22). Sin embargo, existe un debate sobre si “apóstol” es una función que continuó después de la muerte de los Doce. Este debate surge, en parte, debido a la mención que Pablo hace de los apóstoles en Efe 4:11, donde enumera a los apóstoles junto con otras funciones dentro de la Iglesia.

Pablo como apóstol. El punto de vista de Pablo sobre el rol de los apóstoles y sobre su propio rol como apóstol se desarrolla en diferentes cartas. Desde el primer momento, empieza a llamarse “apóstol”, así como a algunos de sus compañeros. Luego, restringe el término para sí y para los doce discípulos. De acuerdo con Pablo, él pertenece al grupo de los apóstoles debido a su encuentro con el Señor resucitado y porque el Señor lo había comisionado.

En las epístolas de Pablo, no hay una idea uniforme sobre los apóstoles o sobre su papel individual como tal. Sus cartas demuestran un progreso en sus puntos de vista. En 1 Tesalonicenses (probablemente, la carta más antigua), Pablo no habla de sí mismo como apóstol cuando saluda. Lo mismo sucede con 2 Tesalonicenses. Pablo se sitúa junto con Silvano y Timoteo y principalmente usa la primera persona del plural, dándoles a los tres por igual el carácter de autores y remitentes. En una oportunidad, se refiere a ellos como “apóstoles de Cristo” (1 Ts 2:6). No obstante, quizás haya sido criticado por esto; en cartas posteriores, habla de sus co-remitentes simplemente como “hermanos”.

En Gálatas, que posiblemente se haya escrito después de 1 Tesalonicenses, Pablo nuevamente se presenta junto con un grupo. Esta vez, los otros son anónimos y los menciona como “los hermanos que están conmigo”, mientras que se llama a sí mismo apóstol, ya como precepto (Gál 1:1–2). En las cartas a los Corintios nombra a los co-remitentes, pero se refiere a ellos como hermanos, mientras que se nombra a sí mismo apóstol (2 Cor 1:1); o “llamado” a ser apóstol (1 Cor 1:1), similar a los discípulos de Jesús. En la carta a los Romanos, Pablo se presenta como el único remitente (a diferencia de todas las otras indiscutidas cartas paulinas). Además, dice que es llamado a ser apóstol (Rom 1:1), se explaya sobre su apostolado (Rom 1:5) y se refiere a sí mismo como “apóstol a los gentiles” (Rom 11:13). Durante su ministerio, Pablo reinterpreta de este modo el rol de los apóstoles, así como su propio rol como apóstol. También usa el término apóstol cuando enumera los servicios y los dones de la iglesia (ej.: 1 Cor 12:27–31; Efe 4:11).

Sin embargo, Pablo es claro sobre su propia condición de apóstol cuando ésta se pone en discusión (ej., 1 Cor 9:1–18). En las cartas a los Corintios, Pablo rechaza la idea de que un apóstol sea simplemente alguien que conoció a Jesús durante su ministerio terrenal. Asevera que conoció al Señor resucitado y que trabajó más que los apóstoles originales en su obra misionera. Irónicamente llama a sus adversarios “superapóstoles” o, directamente, “falsos apóstoles” (ej., 2 Cor 11:5 DHH, 13). Por otra parte, Pablo deferentemente habla de sí mismo como “el más pequeño de los apóstoles” cuando se compara con los discípulos de Jesús (1 Cor 15:9–10). Al mismo tiempo, parece poner límites al alcance de los apóstoles: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Cor 15:8). Por lo tanto, aunque se refiera a sí mismo como el último, sigue perteneciendo a un grupo muy exclusivo; conoció al Señor resucitado quien lo comisionó para que fuera a los gentiles (ej., 1 Cor 9:1; Gál 1:11–17).

La diferencia entre apóstol y discípulo. Los términos “apóstol” y “discípulo” no tienen el mismo significado en el Nuevo Testamento. El término “discípulo” solo se usa en los Evangelios y en Hechos (generalmente para referirse a los Doce), mientras que “apóstol” se usa principalmente en Hechos y en las Epístolas. Si bien los discípulos en los Evangelios son todos aquellos a los cuales Jesús llama al discipulado, solo a unos pocos de ellos envía como apóstoles. En las epístolas, la palabra “discípulo” no se usa nunca y los doce discípulos originales de Jesús se mencionan como apóstoles (o los Doce): “Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Mar 3:14–15; ver también Luc 6:13). Posteriormente, en Hechos, eligen a Matías como el sustituto de Judas y a quien llegaron a contar entre los “once apóstoles” (Hech 1:15–26; ver en particular Hech 1:26).

Bibliografía

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[1] LAW. (2014). Apolión. En J. D. Barry & L. Wentz (Eds.), Diccionario Bíblico Lexham. Bellingham, WA: Lexham Press.

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